·Título: La selva simbólica
·Autora/Ilustradora: Inés Vecchietti
·Género: prosa poética
·Fecha: junio de 2019
·Editorial: Índigo Editoras
·Páginas: 74
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[Valoración: Bien, bien]
Viaje a una isla interior y salvaje
Sólo me bastan unos días de pura soledad para empezar a deambular por esta selva simbólica.
Índigo Editoras constata con su nueva colección, Los hilos, a la que se adscribe este libro, su propósito: recoger diarios íntimos de mujeres hispanohablantes contemporáneas, a modo de registro de todas esas experiencias genuinas y diversas que se están escribiendo a lo largo del siglo XXI. La selva simbólica, de la autora Inés Vecchietti (Buenos Aires, 1989) es sin duda una carta de presentación preciosa para esta senda que rompe el pudor y apuesta decididamente por el intimismo.
Así, con una prosa poética embriagadora, Vecchietti inicia un viaje e ilumina pequeños recovecos de su interior, guiada por la naturaleza. Esta obra dice ser, en palabras de la autora: “un diario en soledad. No tiene final. Todo ocurre en un mismo día”. Aunque formalmente esté dividido en siete capítulos, el hilo temporal se desdibuja y deja de tener importancia para cedérsela al paisaje interior que toma formas propias de la naturaleza.
Este año fui la chica que se cayó de un avión a la selva y caminó diez días sola y perdida, también la chica que cruzó el desierto australiano con tres camellos y una perra. Verde y amarillo. En las dos, no sé si estaba buscando el instinto o quería desaparecer.
En sí, La selva simbólica se alza como una gran alegoría de la geografía interior, íntima, de un cuerpo libre, un alma natural y salvaje, que busca amar y experimenta. Magia, belleza, caricias en palabras y una invitación a vivir en libertad es lo que nos regala la autora, si estamos dispuestos a poner todos nuestros sentidos en flor.
Con una escritura que se atisba cercana a lo automático, esta prosa poética preciosista es de una delicadeza y sensibilidad extremas, por eso podría entenderse en un primer momento como un cuidado ejercicio de estilo. Sin embargo, al continuar la lectura (que supone más una experiencia íntima) se constata que todo cuanto importa es el discurso, por encima de la forma.
Quiero ir a una selva para poder cerrar los ojos de una vez. Para ser invisible. Tengo tanta vergüenza de ser vista. Quiero que me traguen. En mi selva simbólica, mi tigre perdido. Cubierto de hormigas. Devorado hasta dejarlo rojo. Avergonzada. Sin la miel.
Leer La selva simbólica es tomar aire en mitad de un bosque y darte cuenta de que es la primera vez que respiras en años o que acaso es, simplemente, la primera vez. Esta apuesta por una voz tan personal avala el rumbo que toma Índigo Editoras (y lo celebramos).
Más allá del paisaje interior y la incesante búsqueda de la condición de natural y salvaje, sobresalen otros elementos que debemos mencionar, como la presencia del género como una construcción (“percibida como mujer”), la presencia silenciosa de la muerte a lo largo de toda la obra para recalcar cuan vivas estamos y la exaltación de “la mujer sola”, la búsqueda de la soledad como requisito necesario para ser libre y ser una selva. Aunque se suceden distintas ciudades en este viaje (Madrid, Berlín, Malasia o Nueva Zelanda, entre otras), el protagonismo es del océano y lo acuoso, lo que fluye en el interior de una misma.
No voy a decirme a dónde voy. Tengo un mapa de solo islas. Mi plan es marino. Es extraño darme cuenta de que todo lo que deseo es ir hacia un naufragio, es estar sola en medio del océano.
Ese deleite que nos ofrece La selva simbólica es muy singular. Diríase que este pequeño diario es casi una rareza (de hecho, incluye dibujos de la autora) y que aguardará silencioso en nuestra estantería que llegue el momento en el que de nuevo estemos preparadas para iniciar el viaje que nos propone: el descubrimiento de una selva salvaje dentro de nosotras mismas. Porque, al fin y al cabo, de eso va todo, de “correr el riesgo de la belleza brevemente abierta”.