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Ilustración por Gemma Martínez

La vida no era fácil en aquel rincón de locura marginal: salir a la calle era sinónimo de desconcertante atrevimiento. Filia discutía los pormenores de su retirada con las negras ratas de cloaca que poblaban aquel pérfido lugar sin más consecuencia que su creciente perdición, pero estas parecían alejadas de la labor de contestarle mientras buscaban restos que llevarse a la boca. Nada. Estaba todo muy oscuro y nuestra protagonista asegura recordar que algo la golpeó en la cabeza logrando que su mundo se entrecortase, violento y repentino, para despertarse horas después en un hospital de mala muerte.

La tenían en una camilla que se encontraba en medio de un pasillo mugriento y oscuro. No había nadie allí más que el eco de sus quejidos y no recibió visitas de conocidos ni de sus supuestos médicos. En cuanto pudo moverse, supo que debía marcharse. Al salir del hospital, que parecía abandonado, entendió que no encontraría descanso en aquella destrozada versión de la ciudad que había conocido siete años atrás, desde el día de su nacimiento. Filia creyó comprender entonces su situación: creía haber muerto y que vagar por toda la eternidad era su nuevo objetivo. La cuestión ya no era adónde podía ir, sino porqué estaba en ese otro lugar.

Su ilusión se apagó.

Normas para el siguiente fragmento:

I. Filia descubre la verdad sobre su actual situación.

II. La historia se intercala con un microrrelato.

III. Aparece un personaje secundario extremadamente carismático.

 

2 comentarios sobre “Filia, fragmento I: el descenso

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